Mares limpios
He crecido con la máxima de que no es más limpio quien más limpia sino quien menos ensucia. De ahí que desde siempre me haya resultado muy complicado tirar un papel al suelo, abrir la puerta del coche y vaciar los restos del cenicero en la calzada (por suerte llevo muchos años sin fumar), dejarme el envase de una botella sin recoger o seleccionar la basura por colores y depositarla en el contenedor correspondiente.
De lo que les hablo son normas de urbanidad tan interiorizadas que, cuando veo a otros que no son capaces de cumplirlas ni en su mínima expresión, aparezca el monstruo que todos llevamos dentro y esté dispuesto a provocar una masacre entre esa tribu de indocumentados. Antes de eso les cogería de la pechera y, tras zarandearlos un poco, les diría aquello de que ¿no se da usted cuenta de que no vive solo? ¿Qué de su comportamiento depende nuestro presente y el futuro del resto del mundo mundial? Imagino que, tras la sorpresa inicial, vendría aquello de que “ya pago mis impuestos para que la basura la recojan otros” o lo de “la culpa es de los políticos”, la sempiterna cantinela para eludir cualquier tipo de responsabilidad.
Artículo de Pedro J. Navarro